lunes, 25 de febrero de 2013

Viajes y literatura

El gran placer de viajar

Por: Lidia Emir Castillo
(La Prensa, Feb. 26, 1990)

Tenía prisa.  A pesar de que era temprano me despedí como quien teme perder el avión.  A mi lado un japonés leía lo que desde la perspectiva asumida por mi mentalidad occidental era “de atrás hacia adelante”.  Al otro costado, un hombre mayor de inconfundible acento gallego me contaba que era panameño y me relataba las delicias de su provincia.

Por azar leí un cuento fantástico que actuaba como complemento perfecto al acto de viajar en avión.  Al anochecer, una película del mismo tipo fue proyectada y al final,  la mañana se hizo.

En Madrid, una visita a La Casa del Libro puso en nuestras manos una biografía de Dostoievski escrita por Stefan Sweing. ¡Nada más alejado de nuestra realidad, que ese lirismo sweingniano!  Y como se trata de una lectura nocturna posponemos a Sweing y tomamos –de un túmulo que hemos hecho con nuestra adquisición vespertina– un libro de fondo azul y letras blancas de Plaza & Janés.  Se trata de las memorias del cineasta español Luis Buñuel a quien empecé a conocer en Bogotá a través de sus películas El secreto encanto de la burguesía,  Ese oscuro objeto del deseo... y posteriormente en la obra de Cesarman El ojo de Luis Buñuel.

Un fin de semana en el pueblo toledano de Navamorcuende me pone en contacto con una serie de artículos con los poemas que obsequiaron  a Ezra Pound hasta su muerte.  Allí, al calor de la chimenea unas veces; otras disfrutando del sol que iluminaba el patio de la casa que nos acoge, o en las faldas de la montaña, concluimos Patria mía.

Ocasionalmente, la librería de la Universidad Complutense silencia nuestras pisadas mientras aguardamos la hora puntual de recibir respuestas sobre el desarrollo de nuestro trabajo doctoral.  En una de esas incursiones un nombre en la portada de un libro llama nuestra atención:  Lasló Scholz.  Se trata de la obra que sobre Cortázar ha escrito un amigo húngaro. Esa noche inicio la lectura de El arte poética de Julio Cortázar, dentro de la apacibilidad de un convento convertido por la época en Residencia de Estudiantes y próximo a ser albergue de religiosas seniles o enfermas.

Pero Madrid es actividad y a las lecturas por placer o las que impone nuestra investigación, como los ensayos que sobre la mujer ha escrito Julián Marías, se suceden los reencuentros con el arte en museos, en el teatro o en el cine.  Asistimos así a las representaciones de El conformista de Bertolucci, Mishima, El beso de la mujer araña u otras obras como Los amantes del holandés Joseph Van Der Berg o un clásico de la dramaturgia española:  El médico de su honra de Calderón de la Barca.

Otra obra, Textos cautivos de Jorge Luis Borges, espera por su lectura mientras que en una reunión, al calor de nuestros comentarios sobre la película.  El Nombre de la Rosa, se nos ofrece el libro en préstamo.

                        Un artista no juega a la ley de la oferta y la demanda”; “sus seguidores (los de Whitman) no van más allá del plagio de los errores estilísticos.  No tienen presente que un reflejo en 1912 arroja destellos radicalmente diferentes de los que lanzó el reflejo de 1865”. “El valor de una nación no se debe a sus adquisiciones sino a sus donaciones”; “El negocio del artista es decir la verdad a pesar de que a alguien pueda o no gustarle”.  Lo que interesa es saber si existen cosas nuevas, cosas vivas que buscan expresión y que han hallado formas nuevas y adecuadas para ser expresadas”.

El avión continúa su rumbo después de una estación en la República Dominicana, y sintiéndonos lejos de la madre patria y de los amigos que en ella dejamos, leemos los asertos de Julián Marías sobre la amistad.

                        Es para mí una convicción profundamente arraigada que lo más propio del hombre, lo que hace de él una criatura única en el mundo, es su condición amorosa”.  Esa condición es a mi juicio el aspecto con que se manifiesta con más hondura y energía la ‘imago Dei’ la noción del hombre hecho a ‘imagen y semejanza’ de Dios”.  Cuando el cristianismo declara en serio qué es Dios, dice literal y formalmente que es ‘amor’. Esta convicción le pertenece esencialmente y de ella participa la criatura hecha a su imagen”.

La ilusión, elemento inherente a la amistad –con el riesgo de desilusión, como diría Julián Marías– me acompaña.  Hemos llegado. 

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